THE ART OF TRAVELLING by VOLTOYA

El arte de viajar,
contado por
VOLTOYA
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25.5.08

BROOKLYN BRIDGE, 125.

Se llamaba John Augustus Roebling, un comunista utópico y metafísico amateur que gustaba presentarse como alumno favorito de Hegel. Cruzó el charco perseguido por los fantasmas de la vieja Europa, y mas en concreto por la policía prusiana que le hizo cambiar su vida en Mühlhausen por una comuna en Pensilvania. Su inquietud no se detuvo con el cambio de aires, y siguió espoleando su creatividad aplicada a nuevas tecnologías para alcanzar una mejor civilización. Roebling desafió a los que le tachaban de mero charlatán trascendentalista cuando sacó a la luz su preciado invento, que iba a cambiar la historia de la ciudad de Nueva York. Se trataba nada mas y nada menos que de una cuerda de acero y un complejo sistema de fuerzas para crear y sostener nuevas estructuras. Ya a mediados del siglo pasado, banqueros y comerciantes habían encontrado en Nueva York su mejor centro de negocios, hasta el punto de querer sustraerse a una toma de partido en la guerra civil que enfrento a federales y sureños porque de ambos sacaban beneficio. Curadas las heridas de la contienda, el mayor de sus sueños era hacer de Nueva York la ciudad de ciudades, superar los límites de Manhattan y el Bronx, para aliarse con una reluctante Brooklyn que también alimentaba los sueños de su propia grandeza. En una de esas raras ocasiones en la que los mayores enemigos pueden convertirse en los mejores aliados, las dos ciudades que anidaban en la bahía del Hudson se decidieron por un matrimonio de conveniencia. Pero quedaba un obstáculo por saltar. La principal dificultad para la unión no era otra que el tajo y las aguas del río Este, muro natural entre ambas ciudades. Y ahí fue donde el concurso del utopista Roebling apareció como providencial. Inspirandose en la catedral gótica de su Mühlhausen natal, Roebling diseñó los dos bellos arcos en granito que simbolizaban las dos ciudades que el puente de Brooklyn iba a enlazar. Con la belleza del estilo se alió el invento de los cables de acero que mantendrían la estructura y que podrían haber envuelto la mitad de la circunferencia de la tierra. La realización de la utopia de aquel visionario, con la inclusión de un paseo central en el puente para solaz y disfrute de los habitantes de tan bulliciosas ciudades, se resistió durante algún tiempo. Roebling murió en el intento. Su hijo tuvo que seguir las obras en un silla de ruedas, catalejo en mano, desde la orilla de Brooklyn. Y solo la mujer de este último pudo continuar y culminar la obra para su inauguración el 24 de mayo de 1883. Al módico precio de un céntimo por paseante, quedo por fin expedito el camino para lo esponsales urbanos de Brooklyn y Manhattan, que serian oficializados unos años después para dar lugar al Gran Nueva York. La más grande, la más poderosa, la más veloz, Nueva York no ha dejado de crecer desde su parto hace unos cuatrocientos años, y desde el matrimonio oficial con Brooklyn hace un siglo largo . Nunca una ciudad tan joven ha llegado tan alto. Los cañones que jalonan sus rascacielos son hoy el paseo mas codiciado por los héroes de nuestro tiempo para ser agasajados por llegar a la Luna o conquistar el oro olímpico. Absorbe la creatividad del mundo y al tiempo crea las modas. Es capital del dinero y centro del espectáculo. Demasiado grande para contarla y al mismo tiempo tan dúctil y cautivadora que llena para toda la vida el corazón del visitante. Sin que el puente de Brooklyn haya perdido ni su función ni su hermosura, ahora compite con nuevas estructuras colgantes, con túneles y teleféricos, trenes y barcos que se mueven sobre una cuadricula sin centro diseñada para el movimiento continuo. Un barrio entero como Manhattan hace la función de la plaza central de las ciudades europeas, para este universo compuesto por los cinco boroughs del centenario, pero al que ya se suman de hecho otras ciudades periféricas hasta alcanzar unos dieciséis millones de habitantes en una de las áreas metropolitanas mas pobladas del planeta.

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